55- UN HOMBRE BUENO. Por Darío Pérez (paciente de ataxia paraneoplásica).

Cristina, en relación con las fuentes del saber, con tu permiso te contaré una anécdota, y... (es que no sé qué acabaré diciendo al final de la historia). Te cuento:

Al principio de la década de los sesenta tuve el honor, el placer y la suerte de conocer a un personaje absolutamente maravilloso. Se trataba de un Pastor, un genuino y auténtico pastor evangelista. El pastor Herbert tendría por aquel entonces entre 85 y 90 años. Era menudito y llevaba una chivita blanca debajo del labio. ¿La miel es dulce?. Aquel Hombre (con mayúsculas) era jalea real. Había vivido las dos grandes guerras europeas y mundiales en el sitio más conflictivo: en la Alta Silesia. Cuando le conocí, vivía en Potsdam, en la República Democrática Alemana también llamada Alemania Oriental. El muro de Berlín, el muro de la vergüenza, estaba recién levantado... vamos que los tiempos tampoco eran entonces de vinos y rosas.

Pero a lo que vamos: mis conocimientos de alemán eran muy precarios, un alemán únicamente de supervivencia. El pastor Herbert hablaba en verso. ¿Cómo comunicarnos entre los dos? Sencillo, porque yo tenía sed de beber en la fuente de tanto saber. Para mí hablar con él era como hablar con la Historia y conocerla de los labios de un Hombre Bueno (en este punto recuerdo el chascarrillo del cura que en el sermón del día de San Antonio decía: "Al lado de S. Antonio, todos los hombres buenos de este pueblo son unos HH.PP.").

Nos comunicábamos a base de Biblia. Él se la sabía de memoria... me decía algo y me daba los números. Yo buscaba en mi Biblia y me enteraba de lo que me decía. Luego, yo balbuceaba lo que quería responder. Él me volvía a dar números. Y miraba otra vez en mi Biblia y leía lo mismo que yo le había querido decir. Eso fue al principio, porque cuando vi que no fallaba, pasé de mirar la Biblia: Estaba seguro de que a pesar de mi horroroso alemán, él había entendido lo que había querido decirle. Los encuentros con él eran pura poesía.

Yo siempre he fumado desde los 15 años. El pastor Herbert no era partidario de fumar. Un día me dijo:

- Darío, ¿no ha pensado usted que si el Señor hubiera querido que el hombre fumase, le habría puesto una chimenea en la cabeza?.

Cuántas veces al acordarme del Dr. Herbert y de la chimenea en la cabeza, he pensado que ahora tenía la respuesta en forma de pregunta. Una pregunta que por supuestísimo, por enorme respeto hacia su persona, jamás le habría hecho al Dr. Herbert: ¿No ha pensado usted que si el Señor hubiera sabido que yo acabaría en una silla de ruedas, podría haberme puesto un motorcito en el "derriere", como dicen los franceses?.

El Dr. Herbert salvó la vida a 18 judíos en la segunda guerra mundial jugándose su propia vida y la de su familia (era padre de 6 hijos y abuelo de cinco nietos, entonces).

Por un Hombre así me gustaría ser creyente y saber que desde Marzo de 1965 goza del Paraíso. Vayan estas palabras a la memoria de un HOMBRE: Dr. Herbert, Pastor Herbert. OJALÁ, mis ideas respecto a una vida eterna estén equivocadas... de todas formas, ¡descanse en la Paz por la que tan duramente luchó!.