6- HUMANIDAD. (Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich).

En la primavera de 1981, a mis 26 años, me internaron en un hospital de la Seguridad Social para realizarme algunas pruebas acerca de mi ataxia. Entonces, aún no utilizaba silla de ruedas. Las habitaciones eran de dos camas. Mi compañero y yo habíamos ingresado esa misma tarde. Yo creía que eramos dos personas enfermas que allí nos sentíamos inmensamente solas, pero me equivocaba. Mi compañero no se sentía enfermo y consideraba una tontería estar en el hospital. Según él, había sufrido un ligero mareo y el Doctor no sé cuántos, amigo de la familia, lo había metido allí para una observación. Más o menos, que él estaba por influencias. Porque, para ir a un hospital de la Seguridad Social ha de ser por urgencias [medio muerto], o después de haber superado una cola de espera de un año. Y a juicio por los dos días solamente que allí estuvo, estaba más sano que los médicos.

Hablamos. Cometí la imprudencia de decirle que había estado estudiando para sacerdote. Pero él tenía prejuicio contra los curas por una cosa totalmente absurda: por el celibato. Yo tenía conocimientos suficientes de este tema para debatirlo con él. Pero hay momentos en los que piensas que cuanto digas es inútil, pues no serviría de nada, y me callé. Mala decisión la de callar, pues por lo menos se habría dado cuenta de que mi nivel cultural no era para discutir "chorradas" conmigo. Así me sometió a una tortuosa batería de preguntas de las que intentaba salir con educación a pesar de verme más acosado que un boxeador junto a las cuerdas. Porque... ya es el colmo que alguien a quien se ha conocido hace dos horas, y más aún en un hospital donde se supone que los pacientes estamos allí con preocupaciones primarias, te espete a la cara la siguiente pregunta: "- Oye, ¿tú follas, o no follas?". ¡Como para mandarle a la mierda!. Y el colmo de los colmos es que añada: "- Yo follo todos los días. Mañana cuando venga de visita mi mujer, se lo preguntas, verás como es verdad". Pensé: "¡Pero qué dice este gilipollas!. Si mañana hiciese esa pregunta a su mujer, me pondría la cara del revés de un bofetón... y además, bien merecido lo tendría". Y la guinda al pastel la puso cuando después de haberle reconocido no tener esposa ni novia por no haber encontrado ninguna mujer que quisiera serlo para mí, sentenció: "- El hombre que no tiene una mujer, no es hombre".

Esa sentencia hecha con énfasis, como final de la conversación, fue para mí de tanto impacto como la bomba atómica de Iroshima. Con una enfermedad degenerativa... sabiendo lo que me esperaba en la vida... por supuesto, sin compañera femenina... invadido por el aire deprimente de saberme ingresado en un hospital... en la cama... la luz apagada... y hora de dormir, sin "malditas" ganas... esto es como para pedirle a Dios: "Anda ven esta noche y llévame, porque este tipo, de puro ingenuo, tiene razón, ni soy hombre ni soy nada, ya he hecho en la vida todo lo que me era posible hacer, y aquí estoy sobrando".

A la mañana siguiente, después del desayuno, una enfermera nos mando acostarnos porque iban a venir a realizarnos una punción en la columna vertebral. Ninguno de los dos sabíamos qué era aquello, pero obedecimos sin preguntar. Cuando entró en la habitación una Doctora seguida de una enfermera empujando un carrito con jeringuillas y un juego de agujas, lo asocié a la palabra punción, y en mi interior adiviné de qué se trataba.

Comenzaron la tarea conmigo. Como me ordenaron, me puse boca abajo junto al borde izquierdo de la cama. Tan al borde, que temí que por mi condición de atáxico podía perder el equilibrio y aterrizar en el suelo. Por ello, me agarré con mis manos a ambos lados del catre de la cama. Cerré los ojos y dejé hacer. Cuando acabó su tarea, la Doctora, me felicito: "- ¡Así, da gusto!".

Pasaron a realizar la extracción a mi compañero. Por educación, me coloqué de perfil en la cama mirando al ángulo opuesto de la habitación. Fue una buena decisión apartar la mirada, porque, ante lo que allí sucedió, si la enfermera, que sólo estaba allí para empujar el carrito, y yo, hubiéramos cruzado una mirada, habría temblado los cimientos el edificio hospitalario de la sonora carcajada.

Mi compañero era un poco obeso, y comprendo que la Doctora no tenía claro donde estaba la unión de las vértebras para poder pinchar con decisión. Él comenzó con toda serie de interjecciones de quejido... siguió cagándose en no sé cuántos personajes celestiales... pedía a gritos que le dejasen en paz... y, para más inri, se cagaba en el padre de la Doctora, y la mandaba a ella a tomar "pol" culo. Imagino que ella estaba más roja que el carmín y tan azorada que ya no sabía qué hacer. La Doctora repetía: "- Por favor estese quieto". Por las incesantes repeticiones, pienso que mi compañero estaba moviendo su cuerpo como se mueve el esqueleto en un discoteca al ritmo de la música, pero él lo movía al ritmo de la lengua, sucia lengua :-) . La Doctora, muy educada, supo callar. Yo le hubiese dicho: "- Lárguese a su casa, y vuelva con más humildad cuando se sienta enfermo de verdad, y deje en paz a mi padre, que no tiene ninguna culpa de esto". Tampoco sé qué dirán de estos casos las normas hospitalarias, porque hasta se puede tergiversar la película y acusar al Doctor de desconsideración hacia el paciente si le reprocha algo. Y ni siquiera puedo comprender cómo celadores y demás enfermeras del hospital se mantuvieron al margen del escándalo de tanto griterío: Tal vez hayan visto más casos de este mismo estilo y sepan que la mejor solución es no hacerlos aprecio.

No sé si tener apartada la vista y juzgar de oído, quitaba o añadía comicidad al asunto. Las aventuras de Laurel y Hardy (el gordo y el flaco) de mi infancia, no eran nada comparado con esto. Ésta ha sido la experiencia más cómica de mi vida. Yo tenía la lengua apretada con los dientes para no reírme, e imaginaba que la enfermera tendría que hacer lo mismo. A pesar de las medidas adoptadas, se me escapaba algún gruñido de risa reprimida. Y es que, para colmo, me acordaba que aquella persona, la víspera, se atrevía a definir un hombre. Algunos creen que la hombría está en el volumen de los genitales... en la cantidad de mierda y de groserías que sueltan por su boca... o en el número de polvos que echan... y luego se hunden ante el más leve contratiempo. Es más grande quien cae y se levanta que quien nunca se ha caído. Algunos se creen hombres simplemente porque han tenido la suerte de no verse nunca por el suelo.