100- NO HE ESCRITO JAMÁS. Por Horacio Filgueira, paciente de Ataxia de Friedreich, de Buenos Aires.

"1º premio de cuento breve otorgado en 1997 por 'La Casa del Poeta' (La Plata).".

- ¡Métetelo donde no te da el sol, salchicha machona! -gritó el pretendido huésped.

- ¡Más salchicha será tu abuela!, Tarzán maricón -le repliqué de volea.

- No, disculpe, ¡a usted, no! -le aclaré a un inquilino que asomaba ante la gresca.

¡Qué difícil es mantener un maldito hotel, aunque sea de media estrella, como éste!, pensé. ¡Cómo envidio al de enfrente! ¿Cómo lo haría, el pituco...?. Yo sí que lo quería. Amaba hasta su sombra, pero el guacho ni bola. No me miraba... ni sabia que existía. Nadie podrá decir que no me lo había propuesto, simplemente no se dio. Quizás fue el azar o, tal vez, lo pendenciero de mi carácter lo que me privó de su compañía, que tanto deseaba. Si por lo menos le hubiera escrito una sola carta de amor. Pero siempre fui tan ignorante... tan quedada... y tan cobarde, que me causa asombro el sólo hecho de haberlo pensado.

Mis defensores me excusarán alegando que no estaba obligada a asumir la iniciativa por pertenecer al sexo débil. ¡Pobres de ellos! Mientras, mis detractores argüirán, sin duda, que en realidad él a mí nunca me interesó sexualmente. ¡Qué pueden saber esos infelices! Lo peor es que puede ser cierto, pues éramos demasiado diferentes, tanto física como socialmente. No sé qué le habré visto.

Él era un aristócrata copetudo de gran raigambre en estas latitudes, y de exquisito abolengo. Era un cabezón de tupida cabellera... petiso y rechoncho... eternamente circunspecto y tímido, pero de muchas amistades.

Yo, Margarita, era una cocorita salvaje de pocas pulgas. Por lo cual, tenía pocos amigos y menos clientes. Espigada y alta... de vestido gris claro... era conventillera de prosapia y de lengua arrabalera y viperina. En fin, una mina sin vueltas, de ésas que cantan la justa, caiga quien caiga, aunque seas Dios.

Claro que las condiciones imperantes no estimulaban nuestra relación... o sea si algo nos unía, no sería espontáneo precisamente. Siempre nos separó un largo camino lleno de piedras:

Él era un auténtico vividor: Jamás había probado el laburo, ni estaba en sus planes hacerlo. ¿Trabajar? ¿Para qué? Si total, todo le venía de abajo y gratarola, pero yo lo debía garpar... para lo cual, sudaba la gota gorda fabricando esas frescas y penetrantes fragancias naturales que mi aventado distribuidor colocaba en el mercado local.

Yo, enfrentándolo continuamente, no le dejaba pasar ni una a ese enano panzón. ¡Vaya si lo tenía bien junado a ese gordo baboso que se las daba de inocente, poniendo cara de "¡yo no fui!". Yo no me olvido de cómo el viejo verde apoyaba su corpulencia en esas despolleradas impudorosas a la salida de la escuela.

Un día, de improviso, el estúpido del intendente decidió emplazar una autopista que iba a atravesar al hotel de enfrente. La mala nueva, seguramente, precipitó el desenlace. Hacía tiempo que el gordito no andaba bien de salud, tenía la piel muy reseca, ideal para tatuajes, a raíz de trastornos vasculares, creo. Por eso. no me sorprendí al ver la ambulancia municipal en su domicilio repleta de jóvenes facultativos... que, por cierto, no estaban nada mal... ¡Era imprescindible un transplante!, decían muy seguros de sí mismos. Ésa fue la última vez que vi a mi amor obeso.

Al año siguiente, en su lugar, el cemento era un gris soporte de veloces rodados, gladiadores accidentofílicos, de vidas muy apuradas.

Pero me contó un pajarito que él ya estaba repuesto en otro lugar más adecuado a su nobleza. Seguro que ese atorrante lascivo asombraba las pasarelas de los desfiles de esas desfachatadas modelos.

Lo cierto es que, tal vez, con unas pocas líneas que le hubiera hecho llegar, habría dado lugar a un diferente curso de la historia, puesto que por lo menos ese libidinoso incorregible hubiera conocido lo que yo sentía por él. Pero para poder escribir, hay que saber cómo hacerlo... y para saber, hay que aprender y estudiar, pero como somos muy duros de marote, de madera... o sea: los árboles todavía no vamos a la escuela.