106- SALVANDO A MAMÁ. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich, de la provincia de Burgos.

Era el primero de los quince días de vacaciones estivales de su esposo. ¿A quién se le ocurre dar vacaciones veraniegas en la primera quincena de mayo? Pero, claro, alguien debe quedarse durante el mes de agosto para servir los pedidos del almacén de la fábrica. Tampoco sabían si esa designación era mala suerte o todo un honor que recurrieran precisamente a él para este encargo de tanta responsabilidad. También tenía su lado positivo: en el mes de agosto había escaso currelo.

Juan, aprovechando su día vacacional, se había quedado en la cama mientras ella llevaba, como a diario, el niño al colegio. A su vuelta, ya se había levantado y estaba desayunando. Después de leer el periódico detenidamente mientras ella hacía las labores de la casa, se puso a reparar aquel grifo goteante que durante meses le había pedido revisar. Por fin, ya era hora de prestar atención a aquel molesto goteo.

- ¿Qué le pasa al grifo? -preguntó ella después de que lo tuviera todo desarmado.

- Nada, una gomita que está partida.

- ¿Y ahora...?.

- ¡Pues comprar otra! ¿Qué lo vamos a hacer?.

De pronto, sonó el timbre de la puerta de entrada.

- Voy yo a ver quién llama -se ofreció ella.

Antes de abrir no puso la cadena, como acostumbraba, debido a la confianza de tener a su marido en casa. Tras soltar el pestillo, la puerta cedió con gran violencia e irrumpieron en el piso tres hombres armados con pistolas. Uno de ellos la agarró por el pelo y tiraba violentamente.

- Cariño, quién llama -preguntó Juan desde el baño.

Ella, embargada por la primera impresión de verse encañonada, no contestó.

- ¿Quién es ése que está ahí? -inquirió el jefe del trío mientras un compañero corría a encañonar al propietario de la nueva voz.

- ¡Silencio! No hagáis tonterías, y no habrá sangre -impuso uno de los matones haciendo gestos con su pistola agarrada con la mano derecha.

Fueron llevados al salón bajo custodia de uno de los agresores. Por la puerta entreabierta ambos observaron que los intrusos desordenaban todo como si estuvieran buscando algo.

- Buscan algo -cuchicheó ella al oído a su marido.

- ¿Qué buscan? -preguntó esté al pistolero que le custodiaba-. Tal vez yo pueda ayudarles a encontrarlo.

- ¡Ah, usted sabrá lo que buscamos! -contestó y siguió silbando el estribillo de una monótona canción mientras jugaba con el revolver como si fuera un juguete en manos de un niño.

Volvió el silencio cual si fuera un mal menor.

- ¿Es que te vas a quedar ahí como un calzonazos? -volvió a susurrarle al oído.

- Pero, mujer... ¿qué quieres que haga con una pistola apuntando? -le respondió en voz baja con otra pregunta.

Los intrusos acabaron de desordenar la casa e iban a empezar con el salón.

- ¿Dónde está el paquete de droga -preguntó el jefe se los pistoleros.

- ¿Droga? Aquí no hay droga. Nunca hemos tenido droga en casa.

- ¡Cállese usted! Le pregunto a ella.

- ¿Droga? No sé de qué me habla -respondió.

- Sí, la del paquete que se llevó ayer accidentalmente en el carrito del supermercado.

- Mire, yo ayer no estuve en supermercado. Seguro que se equivoca de persona -contestó muy segura de sí misma-. Y hace quince minutos que debía haber salido a buscar a mi hijo a la guardería. Si no aparezco por allí, se extrañaran... llamarán por teléfono... o vendrán a traerlo.

En aquel momento sonó el timbre de portero automático de la calle.

-Responda, señora, pero sea prudente con lo que dice y sobre a quién abre.

Ella descolgó el aparato de megafonía con suma inseguridad.

- Era el vecino, que trae a nuestro hijo del colegio -afirmó la mujer.

- No diga tantas tonterías como para inventarse un hijo -replicó con voz amenazante y dio orden a sus compinches de comenzar a desordenar el salón.

Ringgggg, ringgggg -sonó el timbre.

- Señora, vaya a abrir y sea prudente. No haga nada extraño. Recuerde que va a estar en el punto de mira de mi pistola.

Al abrir, un niño de unos cuatro años se abalanzó sobre ella diciendo mientras la besaba:

- ¡Hola, mamá! Me ha traído el papá de Carlitos.

- Dio las gracias al papa de Carlitos, se excusó mintiendo ante él por no haber medido bien el horario, y cerró rápidamente la puerta.

- Mamá, ¿quiénes son estos señores? -preguntó el niño asustado al asociar inconscientemente las pistolas a una mala situación.

- Unos amigos de papá -volvió a mentir.

- ¿Usted no es Ana García? -preguntó el jefe de los pistoleros.

- ¿Ana García? Yo me llamo Raquel Sánchez.

- Si usted tiene un hijo, no se llama Ana, y no lleva peluca rubia, nos hemos equivocado de casa.

- ¡Pues claro que se han equivocado! Aquí no hallarán indicios de droga -sentenció Raquel.

- Lo siento -se disculpó el matón que llevaba la voz cantante-. Hagamos un trato: ustedes no dan parte a la policía de cuanto aquí ha pasado, y nosotros no les molestaremos más.

Ella besó repetidamente a su hijo.