111- La medianoche. Por Horacio Filgueira, paciente de Ataxia de Friedreich, de Buenos Aires, de su libro "Sinfonía de Burbujas".

Escuché las campanadas de la iglesia que denunciaban el cambio de fecha, pues aún no dormía aunque estaba a oscuras. Mis músculos tensos no permitían ser capturado por el sueño al que invitaba con los párpados cerrados. Seguramente el insomnio se debía a la discusión marital que había mantenido con Mario esa misma tarde, como siempre porque él, a quien le llevaba quince años, no buscaba trabajo siendo técnico electricista diplomado, y me pedía algún cheque que, generalmente le negaba. Como era usual, cuando peleábamos, no vendría a dormir hasta la salida del sol, así que estaba sola en esa fría e interminable casa de Martínez. Entonces escuché un leve susurro, inentendible pese al silencio, pero preocupante porque desconocía su fuente. Poco tiempo después encendí el velador y el susurro cesó. La adrenalina me invadió los vasos y azotó al centro de mi pecho debido a mi sospecha de robo.

Me vestí a medias y descalza bajé sigilosamente por la escalera a oscuras; mis pies, desnudos, sobre el gélido mármol, transpiraban de miedo. Después de haber bajado cinco escalones me detuve y retrocedí hacia el dormitorio para armarme, por las dudas. Luego volví empuñando un revólver en la temblorosa diestra y cuando llegué al pié de la escalera otra vez el susurro, pero ahora más fuerte, venía de la cocina, a la cual me dirigí en silencio. Luego de un breve cabildeo decidí entrar, pero antes desaseguré la pistola y empujé fuertemente, abriendo la puerta. Estaba oscuro, oprimí el interruptor de la luz artificial que estaba sobre la pared, a mi izquierda; todo parecía estar igual que siempre, pero el susurro continuaba, ahora desde el interior del profundo mueble que estaba sobre la pared de enfrente. Hacia allí fui, apoyé el arma sobre la repisa del mueble para abrir con ambas manos, simultáneamente, las portezuelas de la parte inferior del armario. Había un minigrabador en el fondo del placard debajo de una toalla seca, reproduciendo el susurro. Traté de detener la cinta oprimiendo la tecla "STOP", que curiosamente estaba húmeda. Cuando la presioné, una descarga eléctrica, durante aproximadamente tres segundos, sacudió todo mi cuerpo; los músculos semiasfixiados abandonaron su tensión y me derrumbé. Me pude despegar de la tecla gracias a que, previo al contacto, me paré sobre la toalla que tapaba al grabador, la cual había arrojado al suelo. Luego deposité los desnudos pies encima, para prevenir la laringitis que asomaba desde un incipiente dolor de garganta, que el contacto con el frío mármol me habría provocado; mientras advertía que todo había sido una sucia trampa cazabobos. La tecla estaba conectada a un cable pelado enchufado en una de las entradas de un tomacorriente. Qué ladrón se tomaría tanto trabajo para matar, y por qué lo haría?. Quisieron simular un accidente ¿para qué?. De pronto recordé la póliza del seguro de vida que había firmado el mes anterior nombrando beneficiario, al único que conocía mi hábito de andar descalza, una vez que ya me había acostado.