125-VEINTISÉIS PRUEBAS PARA SER REINA. Por Vicente Sáez Vallés, paciente de Ataxia de Friedreich, de Zaragoza.

"Lo más importante para mí es mi mujer: me soporta y me ayuda. A veces me odio a mí mismo por darle tantos problemas... una reina espera un trono, no un taburete".

Vas a ser reina del país imaginario que te concedo; un territorio vasto y lleno de aventuras. Es lo más valioso que tengo o puedo llegar a poseer, por tanto, no creas que vas a tomar posesión fácilmente: te lo tienes que ganar. No temas, que estaré a tu lado y te ayudaré a sobreponerte a los mil peligros que vas a encontrar en tu camino. Hay algunos que te puedo anticipar, pero no te dejes engañar, esos son los más fáciles.

Pero, ¿a dónde vas así vestida? Esto no es una fiesta, ponte una ropa más cómoda y que se pueda manchar. Ponte botas de montaña pues debes caminar por veredas escarpadas y pedregosas, por ríos, por caminos de roca viva y sendas de mármol pulimentado. No te hace falta la mochila pues, a lo largo del camino hay muchos árboles frutales y podrás comer jugosas viandas.

Primero, hay varias bifurcaciones en el camino. El problema es cuál elegir; debes acertar el camino apropiado, el justo. Los demás son laberintos sin final aparente. No te pongas nerviosa, sigue por la gravilla plateada, mira los árboles plantados a ambos lados del camino. Piensa en que sólo tú eres dueña de tus pasos, que tu camino, no es tuyo, no es de nadie.

Luego, hay varios precipicios profundísimos en los que no se puede ver el fondo. Son abruptos y peligrosos. Son resbaladizos porque la roca engaña con su mirada ciega. Al poco tiempo de verlos, pierdes la noción del horizontal porque todo está inclinado; sólo se tiene la certeza de que te vas a despeñar. Pero si sólo piensas en los peligros que vas a tener, no verás el puente que une los caminos.

Unas feroces alimañas te pueden devorar al pasar las montañas; no luches contra ellas, pasa por ese territorio cuando estén dormidas.

Luego, están los engaños del sapo tuerto; no te dejes embaucar. Seguramente te pedirá un beso con artimañas, mentiras y con promesas de voz ronca desdichada de poder transformarse en un príncipe maravilloso. Bueno, si te hiere la curiosidad, bésalo si lo deseas, pero te advierto que la piel de los sapos está envenenada y notarás arcadas y un terrible escozor.

La prueba del fango es la más sucia porque el fondo del suelo no se ve y te puedes hundir en un camino lleno de barro. Ten cuidado, pues se resbala una barbaridad.

Deberás nadar por océanos, trepar por mil empalizadas, aprender a respirar debajo del agua, hacer pompas de jabón sin jabón, cantar canciones extrajeras en idiomas incomprensibles, jugar a los dados de gelatina trasparente, pintar un tintero en la superficie de un lago, jugar al escondite contigo misma, leer un libro de arena y hacer un resumen de mil palabras sin la opinión personal, mantener una conversación seria con una morsa escéptica, volar en un zeppelín de acero, pintar las uñas de los pies a una ballena gris, medir el polo Norte con un metro de costurera, regatear con un moro, dar de comer un bistec de ternera a un periquito y lograr que te diga que le gusta poco hecho en tres idiomas, construir un castillo en las nubes, cronometrar lo que tarda un cronómetro en cronometrar, almidonar el cuello de un pingüino y pedirle perdón, escribir una novela en cada grano de arena, hacer oídos sordos al eco, cambiar el oriente de todas las brújulas, ordenar los animales salvajes por orden alfabético y mirar tu mirada desde el otro lado del espejo.

Estas y otras mil pruebas más, que desconozco, deberás pasar sólo para ver si te gusta el reinado. Todas esas cosas son fáciles para una reina competente de los cuentos de hadas.

Supongo que te preguntarás cómo he averiguado esa lista de pruebas tontas; hay cosas que no se pueden contar sin que parezcan tontas. Muy sencillo, si quieres estar conmigo en el país: ¿por qué no vas a pasar las mismas pruebas que yo tuve que pasar para estar contigo en el país?