27- UNA MONA CON BARRERAS. Por Francisca Gálvez, paciente de Ataxia de Friedreich, residente en la CAMF de Alcuéscar, provincia de Cáceres.

Era una familia de chimpancés. Vivían felices con otras familias de animales similares: gorilas, orangutanes y algún que otro mandril. Esta familia estaba compuesta por el padre, la madre, y tres hijos: dos varones y una hembra. La madre se llamaba Encina, el padre: Roble, los varones: Pino y Castaño, y la hembra: Chipita. Chipita era la más pequeña de los hermanos, pero la más revoltosa y juguetona. A Chipi le gustaba mucho saltar de rama en rama.

- Chipita, hija -le reprochaban sus padres-, ¿por qué siempre tienes que estar haciendo cosas peligrosas?.

- ¡Bah, no os preocupéis! -respondía ella-. ¡Yo creo que no hay peligro!.

- ¡Bueno, vale! -terminaban diciendo, resignados, sus padres-. ¡Ya veremos!.

Pasaban los días. A Chipi cada vez le gustaba más saltar y, a la vez, que la mimaran y admirasen. Aquella situación sacaba a sus hermanos de quicio. Sin embargo, sus padres estaban muy contentos con lo que estaba aprendiendo. Y, aunque a veces la reñían por sus atrevidas piruetas de rama en rama, en el fondo se sentían orgullosos de las cualidades saltarinas de su hija. No todos eran felices: Los hermanos, Pino y Castaño, sentían envidia porque Chipita era menor que ellos y, siendo una "chica", estaba dando saltos increíbles, que ellos no conseguían dar. Ambos decidieron hablar con su padre para convencerle de que ese no era comportamiento para una "chica" y apartarla de lo que realmente le gustaba. Ellos pensaban que, en vez de pasarse el tiempo brincando y saltando, debiera estarse en casa cosiendo, fregando, guisando, etc.

Los dos hermanos fueron a buscar a su padre al trabajo y le expusieron lo que pensaba respecto a Chipi.

- ¡Pero bueno, vosotros que os habéis creído! -respondió-. Cuando llegue a casa, después del trabajo, ya hablaremos toda la familia, incluidas vuestra madre y vuestra hermana.

Pino y Castaño se marcharon, cabizbajos y decepcionados, pensando:"¡Jo!, papá no nos entiende".

- Hoy tenemos que hablar toda la familia juntos de algo muy importante -dijo Roble al llegar a casa.

- ¿Hablar? -pregunto extrañada la madre-. ¿De qué?. Anda, Pino, vete a buscar a Chipita.

- ¡Jo!, mamá -protestó Pino-. ¡Siempre igual!. ¡Siempre hay que ir a buscarla!. ¡Ya estoy harto!.

- Hazlo, hijo, y no protestes.

A Pino no le quedó más remedio que ir. Buscó y buscó. Toda búsqueda fue inútil. Cuando se cansó de buscar, regresó a su casa.

- Hijo, ¿has encontrado a tu hermana? -preguntó la madre.

- No, mamá. Ni viva ni muerta. ¡Y mira que he preguntado!. Pero nadie la ha visto.

- Pues hay que salir a buscarla -ordenó Roble-, aunque sea debajo de las piedras. Así es que ¡venga, en camino!.

Toda la familia salió a buscar a Chipita. Preguntaban a todos cuantos vieron si por casualidad habían visto a Chipita o sabían dónde podían encontrarla. Todas las respuestas fueron parecidas: Nadie sabía nada, pero todos se ofrecieron a colaborar en la búsqueda. Llevaban varias horas buscando y cada vez eran más los amigos que se unían a aquel rastreo. Los numerosos gritos de: ¡CHIPITAAA!, fueron inútiles.

Chipita estaba muy lejos de donde la estaban buscando. Se encontraba bien, pero un poco asustada, porque no encontraba el camino de regreso a casa. Pero siguió adelante. Vio a lo lejos un lugar que le parecía extraño. Cuando se acercó, vio a varios animales de su misma especie, aunque les había de distintas razas. Se quedó bastante sorprendida al ver aquello, porque algunos monos estaban en silla de ruedas y había visto pocas veces esta clase de situaciones. Otros monos caminaban sin ningún problema y cuidaban de los anteriores. Cuando se aproximó más, pudo leer en un cartel: "CENTRO DE ATENCIÓN A MONOS CON ALGÚN TIPO DE DISCAPACIDAD".

"¡Córcholis!, ¿esto qué es?" -se dijo Chipita muy sorprendida-. Ya que estoy aquí, voy a preguntar.

- ¿Podría decirme dónde me encuentro? -preguntó a una ordenanza que había junto a la entrada.

- Te encuentras en un centro de monos discapacitados -contestó.

- Ya lo he leído -dijo Chipi-, pero es que me he perdido y quisiera habar con alguien que me informase de cómo regresar a casa.

- No te preocupes -dijo la ordenanza-, ahora mismo voy a buscar a la trabajadora social, y ya verás cómo ella te informa.

- Hola! -saludó cuando llegó la trabajadora social-. ¿Cómo te llamas?.



- Chipita. ¿Y tú?.

-Yo, Acacia -dijo la empleada del Centro-. ¿Sabes?, ya me han contado lo que te pasa. No estés nerviosa, porque haré cuanto pueda por ayudarte. En primer lugar vamos a telefonear a tu casa para decirles que estás bien e informarles del lugar donde te encuentras.

Acacia telefoneó a casa de Chipi, pero nadie respondió porque su familia estaba buscándola por todas partes. Por ello, tomó la decisión de llamar por teléfono a la Policía y dejarles el recado.

- ¡Bueno, Chipita, todo está arreglado!- dijo Acacia después de efectuar la llamada telefónica. Ahora sólo tenemos que esperar.

- ¡Estupendo!. Oye Acacia, ¿tú me podrías explicar algo de este sitio? -preguntó Chipi-. Tengo una gran curiosidad por conocerlo.

- Primero te explicaré y, luego si tenemos tiempo, ya lo verás con tus propios ojos. Verás, Chipi, este sitio se construyó por necesidad, ya que todos los monos que viven aquí es porque no tienen más remedio. Todos tuvieron o bien un accidente o bien una enfermedad que les llevó a venirse a vivir aquí.

- ¿Es que sus familias no les quieren? -preguntó Chipita.

- A algunos sí -respondió Acacia-, pero a otros pues, por circunstancias, no pueden tenerlos en sus casas..

- ¡Mecachis, que vida más cutre!.

- ¡Ya lo creo!. Pero no pienses que están aburridos o desatendidos -matizó Acacia-. Ten en cuenta que cuando llegan aquí vienen todos hechos polvo tanto física como psíquicamente, pero en este Centro contamos con personal cualificado para atender a todos los discapacitados y ayudarles a mejorar con terapias culturales, recreativas, deportivas, etc.

- ¿Y todos participan en esas actividades? -preguntó Chipita.

- Todos. Desde luego, cada uno participa en lo que más le gusta y mejor le va.

Cuando los dos estaban, entretenidas, hablando, llegó la familia de Chipi para recogerla. Al verla, su madre no pudo contener las lágrimas. Chipita presentó a su familia a su nueva amiga, Acacia, y les explicó lo bien que la habían tratado allí y lo fenomenal que era aquel sitio. Luego dieron las gracias y, tras las despedidas, regresaron a su hogar.

- ¡No será porque no te lo había advertido! -le reprochó, enfadada, su madre cuando entraron en casa.

- Perdona, mamá, no creo que esto ocurra más veces -dijo Chipita muy apenada.

- ¡Vale, hija! -replicó Encina, más serena-, pero es que nos has dado un susto de muerte.

- Cuando se perdió Chipita -intervino Roble-, ibamos a debatir toda la familia acerca de un asunto que me habían planteado Pino y Castaño. Que hablen ellos, puesto que ellos son los interesados.

Ambos hermanos expusieron sus ideas respecto al comportamiento que Chipi debiera adoptar. Insistieron en la necesidad de que su madre fuese ayudada en las tareas de la casa. Y pensaban que ese trabajo correspondía a su hermana por ser "chica". De todas formas, creían que era peligroso para ella andar por ahí saltando de rama en rama.

- ¡Desde luego, machos, sois unos verdaderos machistas! -exclamó, indignada, Chipita.

Entonces, intervinieron ambos padres para explicar que aquel problema debía resolverse sin mosqueos ni insultos.

- ¿Resolverse cómo? -preguntaron los dos hermanos.

- Muy fácil -respondió el padre-. A mamá le ayudaremos en las tareas de la casa un poco entre todos. De esa manera, a Chipi le quedaría tiempo para practicar sus acrobacias.

- ¡Bravo! -replicó Chipita, considerándose vencedora en aquella pequeña disputa de palabras.

Durante los siguientes meses, Pino y Castaño, considerándose perdedores, no pararon de refunfuñar. Chipi estaba bastante contenta por las marcas conseguidas en saltos de altura y por ser muy considerada entre el vecindario como deportista.

Un día fue a verla saltar un orangután llamado Cerezo. Ya había oído hablar de ella, pero quiso ver con sus propios ojos lo que Chipi era capaz de hacer saltando, y le gustó mucho su estilo.

- ¿Cómo te llamas? -le preguntó Cerezo dirigiéndose a ella.

-Yo Chipita. ¿Y tú?.

- Cerezo -dijo el orangután-. Verás, te he estado observando y creo que saltas muy bien. ¿Sabes si habría algún inconveniente para hablar con tu familia para pedirles permiso para incorporarte al equipo que yo entreno?.

- No. Creo que no - contestó Chipi.

Se dirigieron ambos hacia su casa. Chipita le presentó a sus padres y hermanos. Cerezo habló con ellos y les propuso hacer de ella una buena deportista. Los padres accedieron sin ningún inconveniente. Quedaron de acuerdo en que los entrenamientos comenzarían a partir del día siguiente. Era importante comenzar lo antes posible. Se acercaba la fecha de un campeonato de saltos de altura. Vendrían a participar monos, bien entrenados, de todas las partes.

- Mamá -dijeron Pino y Castaño, cuando se marcho Cerezo, intentando que no se diese permiso para entrenar a su hermana-, creemos que Chipi no debiera acudir a esos entrenamientos, porque si va, no podrá ayudar en la casa.

- No habrá ningún problema -dijo Chipita-. Pienso levantarme temprano para ayudar a mamá, y luego iré a entrenar.

Los hermanos de Chipi no estuvieron de acuerdo y continuaron poniendo trabas.

- ¡Estoy hasta las narices de que siempre andéis criticando todas mis iniciativas!, idiotas -estalló, enfadada, Chipita.

- Chipi -intervino el padre-, aunque lleves razón, no quiero que hables así a tus hermanos y menos empleando ese tipo de vocabulario. Y vosotros, ya va siendo hora de que asimiléis que vuestra hermana es una auténtica deportista y la respetéis y la apoyéis para que obtenga un mejor rendimiento en todas sus competiciones.

Chipita pidió perdón por el insulto y demandó un cambio en la actitud de sus hermanos respecto a ella. También, ambos hermanos pidieron perdón por haber sido tan egoístas intentando que su hermana no practicase deporte.

Al día siguiente, Cerezo fue a buscar a Chipi, como había convenido, y le preguntó a Encina:

- ¿Está lista o es muy temprano?.

- Sí, está lista -contestó la madre-. Se ha levantado muy temprano para ayudarme en los quehaceres domésticos y ahora está muy contenta porque se va a ir contigo a practicar su deporte favorito.

- ¡Estupendo! -exclamó Cerezo-. ¡Así me gusta!.

- ¿Nos vamos? -pregunto Chipita.

- Bien, vámonos -contestó Cerezo.

Pasados varios días de entrenamiento, el entrenador, muy contento, le dijo a Chipi:

- Estoy completamente seguro de que tal como vas obtendrás un puesto importante en el próximo campeonato.

- ¿Cuándo es el campeonato? -preguntó Chipita.

- Creo que dentro de quince días. Tenemos que decírselo a tu familia para que te compren ropa adecuada. También tendremos que federarte, pues este requisito es exigido para competir.

Llegados a casa de Chipi, Cerezo explicó a la familia lo que había que hacer. Los padres estuvieron de acuerdo.

- Cerezo, ¿cómo va Chipita con los entrenamientos? -preguntó Encina.

- Muy bien. Yo pienso que va a conseguir un buen puesto. Ten en cuenta que es tenaz, obediente y buena atleta. Y me gustaría que la cuidasen: no vaya a extraviarse como la otra vez.

- No te preocupes, Cerezo -dijo la madre.

Pasaron los días. Encina se había preocupado de la equipación deportiva y Roble de la cuestión del papeleo. Y Pino y Castaño, que habían cambiado completamente de actitud, avisaron a sus vecinos y amigos de la cercanía del gran día de la competición de su hermana para que todos la apoyasen.

Llegó el gran día. Había mucho público. Estaban todas las familias y amigos de cada uno de los atletas. También estaba el jurado que había de calificar. Todo estaba dispuesto. Cuando sonó el silbato, comenzaron todos los participantes a hacer las piruetas y saltos que habían estado entrenando. El público estaba impresionado con la destreza de los atletas y aplaudía y gritaba voces de ánimo.

Cuando acabó el campeonato, el jurado nombró a los campeones. Chipita consiguió la medalla de oro. Su familia, sus amigos, y conocidos estaban locos de contentos y acudieron corriendo a felicitarla.

- Chipi, ¿cómo estás? -le preguntó su padre.

-¡Fenomenal! -respondió ella-. Gracias a vosotros y a Cerezo, hoy he visto mis sueños hechos realidad. También quisiera darles las gracias a mis hermanos porque al fin han comprendido la importancia que el deporte tenía para mí.

Aquel día se convirtió en algo muy especial. Una vez repartidos los trofeos, se dispusieron a celebrar el gran acontecimiento. Todos se unieron para comer y beber, hasta hartarse. Después, cantaron y bailaron. Finalmente, se despidieron hasta la próxima ocasión.

Pasados unos días Cerezo volvió a buscar a Chipita para los entrenamientos. Y ésta le presentó un amigo, llamado Madroño, a quien también le gustaba realizar deportes y le pidió que le admitiese en el equipo. El entrenador accedió sin inconvenientes.

Los entrenamientos eran diarios y bastante duros. Cerezo enseñaba a Chipi nuevas técnicas en piruetas. Madroño también era bueno saltando, aunque no tanto como Chipita. Según el entrenador, aún le faltaba mucho tiempo de entrenamiento para igualarse a ella.

Trascurrieron bastantes días de duros entrenamientos. Chipi y Madroño estaban muy satisfechos por la felicitación del entrenador Según él, habían puesto mucho empeño en los entrenamientos y conseguían realizar unos ejercicios muy buenos.

Estando un día entrenando, Chipita resbaló y cayó al suelo desde una gran altura. Cerezo y Madroño corrieron junto a ella.

- ¿Que te ha pasado?.

Chipi se hallaba inconsciente y no respondió. Cerezo se asustó y le pidió a Madroño que fuese corriendo a avisar a la familia de Chipita y a llamar a una ambulancia. Cuando los padres y hermanos de Chipi vieron llegar a Madroño tan sofocado y con tanta urgencia, le preguntaron:

- Madroño, ¿ pasa algo?.

- No lo sé -contestó-. Chipita se ha caído desde una altura muy grande mientras realizaba los entrenamientos. Deben avisar inmediatamente a una ambulancia.

Todos se pusieron muy nerviosos. Roble telefoneó para que viniese una ambulancia. Luego, acudieron corriendo al gimnasio.

- Chipi, ¿cómo te encuentras? -le preguntaron cuando recobró el conocimiento

- Creo que mejor -respondió-, pero me duele mucho la cabeza y no siento las piernas.

- No te apures, hija -le animó su madre-. Ya verás como llega una ambulancia y los médicos del Hospital consiguen ponerte buena.

En el Hospital atendieron a Chipita con carácter de urgencia. Los médicos estuvieron reunidos durante varias horas antes de realizar un diagnóstico. Por fin, llegaron a una conclusión. Fue el doctor Olivo quien comunicó los resultados a la familia de Chipi:

- Señores, siento mucho decírselo, pero su hija, como consecuencia de la caída sufrida, se ha roto la columna y seguramente no volverá a caminar. Aquí en el hospital hay una trabajadora social que les informará de lo que es aconsejable en este tipo de situaciones.

Fue un golpe muy duro para los padres de Chipita, y requirieron la ayuda informativa de la trabajadora social. Ésta les advirtió de que tuviesen en cuenta que su hija no volvería a caminar y su vida, en ciertos aspectos, resultaría totalmente diferente. Luego, se encargó de ofrecerles una silla de ruedas y toda la ayuda que necesitasen tanto física como psicológica.

Pasaron los días. Parra [que era el nombre de la trabajadora social del hospital] iba muchas veces a ver a Chipi y a hablar con ella, y le dijo:

- Escúchame bien, mañana van a darte de alta. Vendrán tus padres a por ti y te llevaran a tu casa. Si alguna vez tienes problemas me llamas por teléfono, ¿vale?.

- ¡Vale! -respondió Chipita.

Al día siguiente, cuando llegó la familia de Chipi, regresaron muy contentos a su hogar. Ya en su casa, todo le parecía distinto, como mucho más alto. De pronto se dio cuenta de que no alcanzaba a la mayoría de los sitios.

- Chipi, cuando quieras algo, me lo pides -se ofreció su madre.

- De acuerdo, mamá.

"¡Pero vaya rollo pedirlo todo constantemente!" -pensó Chipita.

Pino, Castaño, Cerezo, Madroño y demás familiares y amigos iban a menudo a visitarla y a hablar con ella.

- Oye, por casualidad, ¿tú sabes si yo puedo realizar algún deporte? -preguntó un día Chipi a Cerezo-. ¡Es que me voy a morir de aburrimiento!.

- Seguro que sí, pero de momento no tengo ni idea sobre qué puedes hacer. Mi informaré y, luego te lo digo.

Cuando Cerezo se informó, se lo comunicó a Chipita:

- Me han dicho que sí. No lejos de aquí hay un Centro para monos con discapacidades.

- Ya lo recuerdo -afirmó ella-. Una vez que me perdí, estuve allí.

- Bien, Chipi, se lo diremos a tus padres -dijo Cerezo.

Cuando llegaron al Centro, muy contentos, la ordenanza avisó a la trabajadora social. Ésta se sorprendió mucho porque ya conocía a Chipita de cuando estuvo allí perdida, y le preguntó:

- Pero, bueno, ¿qué te ha pasado, Chipi?.

- Ya ves -contestó con lágrimas en los ojos- tuve un accidente cuando estaba entrenando y venimos a que nos ayudes. Quisiera quedarme en el Centro y encontrar un deporte que pueda practicar.

- No te preocupes -respondió Acacia-. Aquí, te puedes quedar hoy mismo. Y en cuanto al deporte habrá que preguntar al médico y al psicólogo qué deporte se adapta mejor a tu situación personal.

Tanto el médico como el psicólogo decidieron que el deporte más adecuado para ella era el tiro con arco. Cerezo y la familia de Chipita estuvieron de acuerdo en todo y prometieron ir a verla todos los días. Luego, la familia de Chipi dio las gracia a Acacia, pero sin olvidar pedirle que cuidase de su hija. Y, tras las despedidas, se marcharon llenos de tristeza, pero, al mismo tiempo, felices.

Acacia se encargó de que la estancia en aquel Centro fuese lo más feliz posible para Chipita. Al día siguiente, le presentó a los componentes del equipo de tiro con arco. Los compañeros la recibieron con gran alegría y le presentaron al entrenador, llamado Sauce. Sauce le animó a probar y le enseñó, una y otra vez, cómo debía coger el arco. Cuando ella se dio cuenta de que no le costaba mucho aprender, preguntó al entrenador:

- ¿Tú crees que podré practicar este deporte tan "chuli"?.

- ¡Claro que sí! -contestó Sauce-, pero ahora vamos a descansar. Yo creo que aprenderás muy rápido. Ahora quédate charlando con tus compañeros Yo tengo que irme. ¡Hasta mañana!.

- ¡Hasta mañana! -respondieron todos los componentes del equipo.

Chipita se quedó hablando con los compañeros sobre temas relativos al tiro con arco. Todos tuvieron palabras de ánimo para ella:

- Creemos que vas a ser una arquera excelente. Tienes que aprender rápido, porque pronto habrá un campeonato.

Al día siguiente, cuando llegó la familia a visitarla, Chipi les contó todas las experiencias que había tenido. Les dijo que aquel Centro era maravilloso, y que era tratada muy bien.

- Y lo que más me ha gustado -añadió Chipita- es que después de tanto tiempo sintiéndome inútil debido a mi accidente, tenga la posibilidad de volver a recuperar la ilusión. Hoy he encontrado esa ilusión en el deporte.

- Hija -dijo su madre-, nosotros somos felices de que así sea, pero si alguna vez quieres regresar a casa, no tienes más que decírnoslo.

Desde entonces, Chipi se sintió feliz y, junto a sus compañeros de equipo, alcanzó grandes logros deportivos.

"El deporte, tanto para las personas discapacitadas como para quienes no lo son, es fuente de salud, como el agua que se bebe".