39- BUENO... LO IMPORTANTE ES TENER SALUD. 22/XII/1991. Por Miguel-A. Cibrián, paciente de Ataxia de Friedreich.

Año tras año, en estas épocas prenavideñas resaltan las cifras de la fiebre lotera de estas fechas con titulares similares a éste: "La crisis económica no afecta al gordo". ¿Será una forma de decir que los gordos no van a "apretarse el cinturón"?. Bromas aparte, el gordo de la noticia son los 300 millones del primer premio de la clásica lotería de Navidad. Y tele, radio y prensa desmenuzan la noticia contando las cantidades jugadas por los Españoles como si se tratara de una hazaña histórica.

En la línea de la teoría expuesta hace años por un compañero en una conversación conmigo, ha de tenerse mucho cuidado al hacer una lectura correcta de esta clase de titulares. Cuantas más dificultades económicas haya, más se juega a la lotería. La gente busca un golpe de suerte para salir de la miseria. Es triste buscar en la lotería lo que le es imposible conseguir trabajando. Y, normalmente, estos sorteos a quien busca en la lotería esa clase de salida, sólo le traen más miseria. Son muchísimos los aspirantes y poquísimos los agraciados.

Como anoche no me acosté pensando en la lotería, no soñé con ella. Cuando me he levantado, los niños del Colegio de S. Idelfonso ya cantaban los números y premios salidos de los bombos. Desde la radio de mi cocina provenía el sonido retransmitiendo el sorteo Navideño. Ese sonsonete lotero es para mí como el principio de la Navidad. Me explicaré, porque a simple vista puede parecer una estupidez mayúscula contradictoria con mis opiniones de la lotería: Es un recuerdo de mis años de interno en un colegio y de la ilusión juvenil. Ése, el día del sorteo, era el primer día de las vacaciones de Navidad. La víspera hacia las 7 de la tarde regresábamos a casa, como en el anuncio televisivo del turrón: "¡Vuelve a casa... vuelve, por Navidad!". En ocasiones, hasta el soniquete de las "25.000 mil pesetas" me sirvió de música de fondo para la instalación del belén. Luego por la tarde, iba con mi padre a cortar unas ramas de pino para simular un arbolito navideño. El soniquete lotero se confundía en mi interior con la felicidad de sentirme junto a mis seres queridos.

Hoy no soy partidario de los sorteos. Tampoco admito la existencia de la suerte. De tener esa creencia, tendría también que creer en lo contrario, en la desgracia. De eso sabría más. Pero prefiero buscar una razón, que no lo es, más allá de las estrellas. La lotería de Navidad se salva de mi quema de todos los juegos de azar con dinero como objetivo final. Se puede jugar en una partidita de cartas un café, una merienda, o hasta una cantidad simbólica. Pero, pasar del divertirse al interés exclusivo por la apuesta, es otra cosa muy distinta. El juego se convierte en una lucha de intereses. No es divertirse y siempre acaba en malos modos.

Sencillamente, salvo de la quema esta lotería navideña, porque es distinta de todas las demás. Tiene un atractivo especial. La encuentro interesante por la bonita costumbre existente de intercambiar participaciones con familiares y amigos. Es como compartir una ilusión, aunque sea metálica. Pero no es material, el hecho en sí sólo es un símbolo de compartir.

Durante bastantes años, para el sorteo de estas fechas compraba tres décimos del mismo número para hacer participaciones y regalarlas a las personas cercanas. Me enteré que esa práctica era ilegal. Para hacer participaciones había que sacar un permiso y seguir unas normas. Abandoné la costumbre.

Dicen que este 22 de diciembre, fecha del sorteo navideño, es el día de la salud. Es el deseo más repetido en todos los comentarios.

- ¿Te ha tocado la lotería?.

- Ni gorda (de perra gorda).

- Bueno... lo importante es tener salud.

Sí, sí, esa es la interpretación nuestra, la de los participantes ocasionales, pero me gustaría ver la cara de decepción de los jugadores de verdad tras un sorteo negativo para sus intereses.

En una ocasión, en esta misma lotería de Navidad, tocó un premio suculento (250.000 pesetas de las de hace 20 años) a dos compañeros de los que nos reuníamos los domingos por la noche en un bar de Melgar de Fernamental. Desde entonces, adquirimos la costumbre de jugar cada uno un décimo semanal (200 pesetas). Así, pasados algunos meses, me junté con varios décimos en mi cartera. Estaban caducados por falta de ilusión para mirarlos. ¿Y para qué habría yo de querer una colección de billetes caducados?.

En ciertas épocas del año íbamos todos los lunes al mercado a Villadiego, y rellenaba una quiniela a medias con un compañero. Era él el entendido en la materia, yo no. En una ocasión tuvimos trece aciertos. ¡Menos mal que no lo celebramos!. Resultó ser una quiniela de esas facilonas y llenas de lógica. Sólo cobramos 428 pesetas.

En el año 1763 al Rey Carlos III [el que según canta Ana Belén "se quitó el sombrero / en la puerta de Alcalá. / Mírala, mírala, mírala"] se le ocurrió copiar la loto italiana para reponer las mermadas arcas del Tesoro. Tal iniciativa fue un éxito rotundo. Desde entonces, la lotería parece la gallina de los huevos de oro para el Estado. Animados por los suculentos rendimientos económicos, todos los tesoreros del erario público acuden a la productiva gallinita cada vez que hace falta dinero. Ya han creado tantas loterías que no hay quien las lleve de cuenta. Ya no es sólo la de Navidad... "que un día al año no hace daño". No hay día de la semana sin sus sorteos, incluso hay varios días con dos sorteos o más.

Digo yo que algo tendría que decir el Estado en la enfermedad de la ludopatía. El es el gran beneficiado y, por tanto, debiera sentirse responsable. Pero no, nada más lejos, cualquier día comunican la institución de otra lotería nueva. Si a este sin número de loterías del Estado añadimos quinielas, cuponazos, bingos, tragaperras y demás juegos de azar con fines lucrativos, esto parece un inmenso casino. ¡Cosas de la modernidad!.