42- "QUERIDO RAFA". Por Pilar Ana Tolosana, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria. 1/II/2000.

Tenía muchos siglos por delante, y la época que ahora correspondía no le gustaba nada. Sus huesos carcomidos habían resistido ya durante millones de años. Parecía ayer cuando, contento, entraba en su caverna, adornada con pinturas rupestres llenas de colorido. Rafa, como le llamaban ahora en el museo arqueológico, simulaba la escena de enseñar a su mujer o hembra, quizá mejor dicho aunque suene más vulgar, y a su larga prole, los resultados de una valiente cacería.

El cuidado esqueleto interesaba tanto a famosos arqueólogos que, cuando hablaban del importante y vestigio hallazgo, no paraban de escribir notas en sus cuadernillos, como a curiosos que buscaban algo especial en la exposición. Cualquier visitante del museo si quería ver algo espectacular, tenían que pasar por la habitación en la que, en una vitrina, se acomodaban las joyas de la señora de Rafa: collares de cuentas complicadas, adornos de pelo, pendientes algo decolorados...

Nadie que actualmente estuviera vivo lo sabía, pero en el mismo río próximo a la zona donde encontraron el esqueleto de Rafa, en el fondo estaba sumergida la más preciada de las piezas: una preciosa pulsera de piedras talladas en tonos cálidos. El jefe de la tribu se la había regalado a la mujer de Rafa, poco antes de que ésta supiera que estaba embarazada. Él se enteró de todo y, celoso, tiró la pulsera al agua. La fémina se metió en el río para recuperarla, y justo cuando vio la joya y fue a por ella, cayó en un profundo agujero y se ahogó.

Después de enterarse, Rafa se ocultó en un valle cercano al río y allí se dejó morir por inanición, triste y amargado por la muerte de su "traidora obsesión".