58- AMIGOS PARA SIEMPRE. Por Pilar Ana Tolosana, paciente de Ataxia de Friedreich, de Vitoria.

"Porque la vida se sustenta con la sangre,
y os la he dado yo para que satisfagáis por vuestra personas
y os sirva de expiación para el alma". (Levítico, 17:11).

Unos chicos de la cuadrilla, que iban a ir ese año al extranjero a estudiar, habían salido aquella noche a realizar una cena de despedida a un restaurante de la costa.

A la hora de pedir el menú, decidieron degustar un gran plato de marisco, compartido entre los siete; menos Luis, que quiso saborear un par de enormes solomillos. El postre fue una tarta terriblemente dulce con pasas y múltiples golosinas.

Al irse del sitio se toparon con el enorme perrote que cuidaba del establecimiento y se retiraron todos. Sin embargo, el intrépido Luis hizo gala de su valentía. El animal dejó de ladrar en cuanto se le acercó y lamió su mano cariñosamente. Después, fueron a un local próximo en el cual se pinchaba música salsa y se sentaron en una mesa que quedaba libre.

- ¿Qué queréis tomar? -preguntó Íñigo haciendo las veces de camarero.

Todos pidieron bebidas alcohólicas, menos Luis que demandó un zumo de piña. Nacho, el más espontáneo del grupo, exclamó:

- ¡Y ahora eres abstemio...! En la cena tampoco has probado ni gota de vino.

- ¡Y a ti qué te importa! No me gusta la gente tan observadora -contestó Luis dando un golpe en la mesa.

- Tengamos la fiesta en paz -comentó otro de los chicos.

- Vosotros no, pero luego soy yo el que tiene que ir conduciendo a casa -explicaba al que se había sentado a su lado.

Una chica preciosa se acercó hasta ellos y, tras saludar a todos, preguntó a Luis si quería bailar con ella. Él bebió un largo trago de zumo y contestó negativamente.

- ¡Venga, hombre...! Dile que sí -le animó Íñigo.

- Odio la salsa. Odio bailar. Odio la música -dijo más seco que nunca.

- Sólo será un ratito -insistió la chica.

Acabó con el zumo de un trago y, por no defraudar a sus amigos, bailó con Mónica, que así se llamaba la chica. Ella bailaba muy pegada a él, que trataba de besar ese cuello tan bello y largo.

- ¿Te importa que salgamos fuera? -ordenó Luis simulando preguntar mientras clavaba sus penetrantes ojos negros en los de ella.

Ella se dejó llevar, y salieron al aparcamiento. Él, muy servicial, cubrió los hombros de Mónica con una chaqueta, porque la noche había refrescado bastante.

- Yo nunca tengo frío. Para mí, hace una perfecta temperatura.

Cuando la abrazó fuertemente, y Mónica ya sintió el torso de Luis rozando su cuerpo, apareció por sorpresa un anciano. El joven soltó a Mónica como llevado por algo más fuerte que él. El abuelo se lanzó hacia la chica y le mordió el cuello con sus caninos absorbiéndole la sangre hasta que cayó al suelo sin vida.

- ¡Eres un vampiro...! -observó Luis, parado como si fuera idiota.

- Sí, igual que tú, pero, aún eres muy joven y te falta mucho por aprender -comentó el anciano sin dejar de sonreír mientras se limpiaba con la manga los restos de sangre de la ya inexistente Mónica.

- ¿Y de dónde ha salido?

- ¿Tú te crees el único vampiro sobre la faz de la tierra? En esta zona seremos unos setenta. Hay un cementerio aquí al lado y ahí descansamos durante el día.

- Eres un vampiro vivo... yo no, yo he muerto. Durante el día permanezco en mi tumba y por la noche salgo a buscar víctimas para alimentar mi sed de sangre -continuó el viejo.

Aclarada su condición, fascinó a Luis con su historia: En 1762, su hijo, y la esposa de éste, murieron de cólera. La hija de ambos perdió la energía repentinamente... volviéndose más pálida cada día que pasaba. Se pensó que tenía la misma enfermedad por la que habían fallecido sus padres. Sin embargo, en sueños deliraba sobre alguien o algo fatal que la visitaba por las noches cuando estaba sola... algo que iba hacia ella y le oprimía el pecho. La noche en la que murió la niña, su abuelo halló dos orificios en su delgado y fino cuello. Dos días después, el anciano tuvo una aparición de Rachel, su nieta, y ésta le dijo que estaba sola y que necesitaba que alguien la cuidara.

- Ella no era fuerte y no podía permanecer sola. Fui al cementerio y la desenterré. Su cuerpo y su salud eran saludables y sus ojitos me miraron llenos de lágrimas -contó el abuelo.

- ¿Y le mordió?, ¿no es así? -interrogó el joven vampiro.

- Sí, fue muy dulce. Y desde entonces somos compañeros -aclaró el veterano abrazando a la niña que apareció junto a él.

Tras la conversación, los amigos de Luis salieron de la discoteca para buscarlo. Enseguida dieron con él.

- ¿Dónde está Mónica? Nos dijeron que había salido contigo -añadió Íñigo sin sospechar nada de lo cuanto había ocurrido.

- Sólo la acompañé un trozo de la calle y se fue a buscar a unas amigas -inventó Luis a la vez que disimuladamente comprobaba que el cadáver estaba bien escondido.

- Éstos son mi tío Francis y mi prima Rachel.

- Encantado -dijo Nacho, presentando luego a todos los del grupo.

Los jóvenes querían seguir de copas, pero Luis les amenazó con dejarles en tierra si no subían a la furgoneta entonces y se iban cada uno a su casa. Protestaron por el mal humor de su amigo, pero obedecieron al ver que no había forma posible de que cambiara de opinión.

Por la mañana al día siguiente, habían quedado todos de nuevo para tomar algo antes de comer, pero ninguno de ellos apareció. Luis fue a casa de Íñigo para ver lo que pasaba. Pensó que podían estar enfadados por lo de la noche anterior.

En una calle contigua se encontró con el hermano de su amigo que iba a poner una esquela en el periódico. Le informó de la extraña muerte de Íñigo mientras dormía.

Fue hasta allí corriendo sin poderlo creer. Cuando entró en el portal se dio de bruces con el viejo vampiro, con el que había hablado esa noche. Iba acompañado por su nieta.

- ¿Buscando a tu amigo? Podrás verle cuando anochezca y salga de su tumba, como a todos los demás -dijo.

- ¿A todos los demás? ¿Los has matado a todos?

- Fue mi nieta la que les dio vida eterna. Lo mismo ibas a hacer tú con ellos, ¿no? -preguntó el anciano.

- ¡Eran mis amigos...! -exclamó Luis muy afligido.

- ¡Por eso mismo! Querrías que vivieran contigo el resto de la eternidad.