83- CUENTO DE NAVIDAD: DON SEVERO. Por Jerry López, paciente de ataxia, de México.

Amigos, hoy se siente ese frío tan cálido que me encanta. Evoca esas fechas de Navidad en que yo me siento como niño. Aquí en México se avecinan las tradicionales posadas y demás festividades, que me continúan gustando cada vez más. Bueno, este escrito nació porque una navidad en la que Don Severo, un gran hombre, ya de muy avanzada edad, analfabeto y muy pobre, que arreglaba el jardín de nuestra casa (la de mis padres y hermanos, yo todavía era jovencillo), nos pidió pasar esa noche (la nochebuena) en el garaje o en algún rinconcito porque no podía ir hasta su jacal, dado que ya era tarde y no había transporte.

Yo no podía disfrutar la gran fiesta, que teníamos, pensando que el buen hombre iba a estar en el frío garaje sólo con un catre y una cobija. De modo que me dirigí a la cocina dispuesto a servirle una enorme porción de pavo, ensalada de manzana, varias delicias que disfrutábamos sin mesura y un gran vaso de tequila. Cuando llegue vi sorprendido que ya le había servido la cena mi madre. Por ello, sólo me aceptó el tequila. Lo acompañé un buen rato. Me platicó tantas cosas, alegres y tristes, que me olvidé de mi familia... y pronto me fueron a buscar. Don Severo prometió algún día terminar su historia. Yo le pedí que nos acompañara a la cálida sala, pero se negó: prefería dormir.

Bueno, la historia jamás la terminó. Sé que por allá arriba estará ese Don Severo esperando terminar de contarme su historia: una de tantas historias que las telenovelas desvirtúan a diario, pero que de alguna manera son ciertas.

Bueno, escritor no soy, no sigo reglas y no respeto prosa o verso, no sé si esto será poesía, cuento, o un simple relato, pero de alguna manera se acerca a la de don Severo... ese viejo jardinero...

Don Severo se llamaba... y se seguirá llamando.
Cargando recuerdos penas y alegrías.
Su carrito repleto de cartones viejos.
De latas vacías y otras muchas porquerías
que finalmente vendía.
Y de ahí se sostenía
a fuerza de pan duro, café y agua fría.

Don Severo se llamaba... y se seguirá llamando.
Aún lo recuerdo andando
con su carrito de tablas lazos y baleros viejos,
que precisamente no hacían
el ruido del canto de los jilgueros.

Cierto día lo vi penando,
porque la subida era pesada,
y llevaba el carrito repleto,
pues era buena temporada.
Y yo no quise ayudarlo,
porque a él no le gustaba.
Los baleros se atascaban entre piedras,
tierra y yerba mala.

Él vivía en una choza
hecha de cartón prensado.
Casi hasta la punta de un cerro
subía, cansado.
Allí, el sol se ensañaba,
como para recordarles
que él era quien mandaba
y de la lluvia dirigía
sus torrentes mas groseros,
como para recordarles
que de nada les servía
tapar los agujeros
de sus improvisados techos
que cubrían un poco su soledad.

Y seguía don Severo cuesta arriba,
ora empujando el carrito,
ora jalando el carrito,
ora el carrito jalandolo a él.
Y su perro le ladraba varios metros mas abajo,
pues tan viejo y sin reflejos,
ya el pobre no podía
ni alcanzar a don Severo.

Y sudaba don Severo.
Y se quitaba el sombrero.
Y lloraba sus dolores
de muchos y grandes tumores
que en su maltratado cuerpo
se reproducían sin temores.

Ese día era Nochebuena.
Yo no pude soportar
el no poderlo ayudar
con su maltratado carro.

Y corrí hacia don Severo,
presintiendo que quizá
me apaleara con su bastón
de palo forrado de cuero.

- "¡Don Severo, don Severo,
no sea terco y déjese ayudar!".

- "Ta güeno, pues, muchacho.
¡Nomas porque traibo prisa,
pos ya no tardará en llegar!".

- "¿Pero quien ha de venir?".

- "Pos el mismo Pancho, m'hijo,
con mi nieta v'a veni
a esperar la navidá.
¡Y mira lo que compré,
es p'a mi Reyna!.
¡Mira, nomas, qué muñeca
le voy a regalá!".

- "¡Pero si el año pasado
usted compró una igual!
Y nadie vino con usted
a esperar la navidad!".

- "¡Calla tu boca o vete!
¡Y si compro moña nueva
es porque a mi linda Reyna
usada yo no le doy!".

- "Está bien, don Severo,
ya no se enoje, pues.
Y deje que yo le ayude
con su pesada carga".

Y cuesta arriba ayude a don Severo,
que se tambaleaba de cansancio,
pena y dolor.

- "¡Ay ta güeno ya, muchacho,
nomas. Abre la puerta p'a qu'entres,
pos yo ya de viejo no veo.
Y quero que brindes conmigo
a salú de m'hijo, Pancho,
y la de mi linda Reyna!".

Quité el alambre del poste,
y a la choza entramos sin mayor problema...
Sin chapas ni llaves...
Ni trampas, ni nada.
Al fin y al cabo,
nada era lo que allí había,
ni a nadie le interesaba.

Prendí un viejo candil
que penosamente descansaba
sobre una apolillada tabla,
que como mesa él usaba.
Y en penumbra quedó el cuartucho
que don Severo arreglaba
con ese extraño entusiasmo
que de pronto le brotaba.

Don Severo tomó dos destartaladas sillas
y a la mesa se acercó.
Dijo señalando un fogoncillo
que, con olor a petatillo,
calentaba los frijoles
que con mucho trabajo
don Severo cocinaba:

- "¡Mira nomas que platillo
p'a mi bendito Pancho, m'hijo,
y esa linda criaturita!".

De su carrito sacó, nuevamente, la muñeca,
una botella de aguardiente,
y una cajetilla de cigarros nueva.

- "¡Mira todo lo que compré!
Nomas. No le tomes muncho,
pos es p'a mi Pancho lindo!
¡Salú, pues, muchacho!
¡Salú, por mi linda Reyna!
¡Salú por mi lindo Pancho!
¡Es más, si querés
esperalos aquí conmigo!".

- "No, don Severo, gracias,
pero voy con mi familia,
pues a mí también me esperan".

- "Vete pues, muchacho, y gracias.
Yo aquí espero a mi Pancho lindo".

De mañana, muy temprano,
fui a casa de don Severo,
pues no me había quedado muy tranquilo.
Al subir la brecha, vi amontonarse a la gente
en casa de don Severo.
Al acercarme, dijeron
que había muerto ya el pobre viejo.
Junto al camal estaba recostado
abrazando a la muñeca.
Con una sonrisa en los labios
descansaba don Severo.

Al otro lado, en el suelo,
dos vasos y una botella...
los mismos con que brindamos
por su Pancho y por su Reyna.

Cuando llegó la ambulancia,
dando tumbos por los baches,
tuvimos que bajar, cargando,
el cuerpo de don Severo,
pues ni con baleros nuevos...
¡la ambulancia no pasaba!.

Yo le quité la muñeca.
La guardé con la botella,
los cigarros y los vasos.
Al cerrar la vieja puerta,
vi un baúl semitapado
entre tablas y cacharros.
Al abrirla, tuve que acercar
el viejo candil encendido.
Dentro había, cual trofeos,
varias muñecas envueltas.
Todas ellas parecidas,
pero ninguna era igual.
Al otro lado botellas.
Todas ellas de aguardiente.
Y varias cajas de cigarros
Todas ellas sin abrir.

Recordé que nunca vi al mentado Pancho,
su hijo, ni mucho menos tampoco
a su querida nieta, Reyna.
Y pensé que el pobre hombre
todo lo había imaginado
en su cansada y solitaria mente.
Pero... encontré una tarjeta
de un tal Francisco Miranda,
abogado de litigio.
¡El Pancho de don Severo!.

Me dirigí al domicilio.
Y salió el mentado Pancho
con su cigarro en la boca.
¡Los ojos de don Severo!
Nervioso, le di la noticia

- "¡Perdón, usted me confunde!
¡Mi padre murió hace años!
Y no se llamaba Severo.
No era un pobre cartonero!".

¡Ese oficio yo no lo había mencionado!.
Y salió preguntando, Reyna,
como decía don Severo,
pero ya no niña, sino señorita.

- "¿Qué pasa, papá, qué pasa?".

- "Nada, Reyna, no pasa nada".

¡Yo no había dicho tal nombre!
Y le di al padre la muñeca.
Y la botó en un rincón.

- "Adiós, pues, y gracias.
Pero ha de disculpar...
¡No soy el que usted busca!
¡Yo no lo puedo enterrar!".

E iba pues don Severo
cuesta arriba sin pujar
jalando el ligero carrito
lleno de buenos recuerdos.
¡Cuesta arriba, don Severo!
¡Pronto va usted a llegar!
¡Suba, suba, don Severo!
Suba a la felicidad.
¡Que muy merecida la tiene!
No se apure si se cansa
de tanto jalar y jalar,
porque esta vez, don Severo,
aunque yo no le pueda ayudar,
el mismo Dios bendito
¡en sus brazos lo va a cargar!.