84- PRUEBAS DE AMOR. Por María Elena Osuna, paciente de Ataxia de Friedreich, de México.

Érase un precioso amanecer de primavera, cuando los prados empiezan a tapizarse de flores y parecen alfombras de color. Una pareja de ruiseñores trabajaba en un frondoso roble, de tronco como dorado, construyendo su nido para poner sus huevos en él.

El señor ruiseñor le traía los implementos a la señora ruiseñora, y ella los iba colocando. Le traía algodón, hilos de colores y paja. Ya tarde, el señor se sentía cansado y la señora, para animarlo, le decía:

- No pienses en tu cansancio, querido. Mejor piensa en la alegría que tendremos cuando hayamos terminado.

En aquel momento, miraron al cielo y vieron que se empezaba a tachonar de estrellas y luceros: Era hora de dormir. Treparon a una rama del roble y cobijaron su cabeza bajo un ala.

Al día siguiente, se levantaron con ahínco a continuar con su empresa hasta terminar por fin su nidito de amor. Pasada una semana, tenían ya cinco hermosos huevos que estaban empollando. Cuando la señora ruiseñora tenía que abandonar el nido, dejaba en su lugar al señor ruiseñor.

Un día vieron realizados sus sueños, pues los huevitos se rompieron y salieron de ellos cinco pequeñas crías, cinco débiles pajaritos. Los cuidaban muy bien: El señor ruiseñor les llevaba comida, gusanitos y agua.

Pasó el tiempo. Una tarde en que el señor ruiseñor había salido, la señora ruiseñora empezó a inquietarse porque estaba oscureciendo y él aún no volvía. Miró a la hermosa luna llena que aparecía en el firmamento y decidió que debía ir a buscarlo. Sin embargo, su problema era las crías: ¿Cómo iba a dejarlos solos? Así que pensó cobijarlos con algo: Desprendió algunas hojas del árbol y los cubrió con cuidado.

Marchó en busca de su señor y anduvo toda la noche sin encontrarlo. Cuando miró de nuevo al horizonte vio un resplandor anaranjado que comenzaba a teñirlo de color dorado. Se dio cuenta de que empezaba a amanecer. Se paró, triste, en unos alambres cuando vio que una golondrina se posaba también. Le preguntó si no había visto a su señor. Ésta le respondió.

- No. Yo no soy de por aquí. Estoy emigrando en busca de un clima más cálido.

Pensó en regresar ya que su búsqueda había sido en vano, pero sintió sed y se dijo: "antes voy a bajar para beber agua". Y a la orilla del arroyo vio una gran casa con mucho césped verde esmeralda que tenía unos setos con hermosas mimosas. En el centro del jardín había varios rosales de colores y en el portal de la casa, una jaula.

Justo en ese momento aparecieron dos niños que se acercaban a la jaula y llamaban a su madre:

- Mamá, mamá, el pajarito, que ayer capturamos, está triste.

- Posiblemente tengamos que soltarlo -explicó la mamá-. Hay aves a las que no les gustaba el cautiverio y que sólo serían felices con su libertad.

- ¡Pobre pajarito, es tan bonito, rojizo! -exclamó la niña, con tristeza.

- Esperad un poco -le animó su mamá-. Si sigue triste lo soltaremos y compraremos un canario.

Entonces la señora ruiseñora se acercó para ver al pajarito, y ¡cuánta sería su alegría al ver que se trataba de su señor!. Rápidamente pensó: "Él no debe verme porque se pondría contento y, entonces, ya no lo soltarán". Así que decidió esconderse bajo el alero del tejado y esperar.

Al caer la tarde vio salir a la señora de la casa que se acercó a la jaula y abrió la puertecita al mismo tiempo que con un suspiro dijo:

- Tú amas la libertad.

Entonces, el ruiseñor salió volando, algo desconcertado, y fue a parar precisamente al alero donde estaba la ruiseñora. ¡Qué sorpresa encontrarla allí!. Rápidamente ella le contó cómo había sucedido todo.

Juntos y alegres decidieron volver pronto al nido, pero al llegar vieron que no estaban sus hijitos. Ya habían aprendido a volar y se habían ido. Entonces, volvieron a ponerse tristes, pero la señora ruiseñor, sabiamente, dijo:

- Confórmate, querido: Esa es la ley de la vida... eso también lo hicimos tú y yo.

Y colorín colorado, este cuento se ha terminado.