99- EL DEMONIO DE MI MENTE. Por Antonio-J. Barranquero, paciente de Ataxia de Friedreich, de Melilla.

"A Mercedes y a mis amigos de HispAtaxia".

El sol estaba cerca del ocaso y el color cobrizo del cielo bañaba el rostro del niño. Las sombras en su cara y la profunda tristeza le endurecían el semblante aquel día.

- żEs verdad eso que me dices? -lo preguntó sin dirigirse a nadie, como si hablara para empujar la brisa fresca que le acariciaba los ojos húmedos, a punto de llorar. Ni siquiera giró la cabeza para mirarla.

- Te lo juro, Pedro. Ya te lo he dicho muchas veces. Papá nos empujó a las dos al río y nos ahogamos. He vuelto para avisarte... piensa tirarte al pozo ahora que lo está reparando... es un demonio -Lisa lo miraba como si fuera lo único visible que hubiera a su alrededor. Su pelo rizado envolviendo un precioso rostro de niña suavizaba la crudeza de sus palabras.

- El diablo y los demonios no existen. Eso lo sabe todo el mundo. Papá lo dice siempre y ... - la miró un momento, pero no le gustaba verla, pues sabía que había muerto un año antes.

- Claro -interrumpió la niña -, qué quieres que te diga él. No seas tonto. Tienes que hacer algo.

- Todo lo que me has dicho que te hacía ... żes verdad? -se secó con la manga de la camisa la humedad creciente de sus ojos.

- Sí, yo nunca te mentiría. żLo harás? -dijo Lisa sin apartar sus ojos de Pedro.

Por el sendero de tierra venía un hombre caminando muy rápido. A su espalda iba dejando una estela de polvo que desaparecía poco después.

- Pedrito, tu padre te llama para que vayas a cenar. ĦHasta mañana!.

Las últimas palabras apenas las oyó, pues el hombre no disminuyó la velocidad cuando pasó.

Pedro se levantó lentamente y, sin mirarla, afirmó que lo iba a hacer. Luego se dirigió hacia su casa... lentamente... casi arrastrando los pies. No se volvió a mirarla, pero sabía que lo seguía a pocos pasos de distancia.

Al llegar a su casa, vio a su padre junto al pozo que lo miraba muy serio. Rápidamente, dejó de mirarlo, se dio la vuelta y arrodilló frente a la grieta para seguir con su trabajo de reparación del pozo.

Pedro miró un instante a su hermana muerta y se dirigió donde estaba trabajando su padre. Fue todo muy rápido. Apenas le costó ningún esfuerzo empujarlo para que cayera al interior. Su padre, en la caída, sólo alcanzó a emitir un sonido gutural. No le hizo falta mirar al interior, pues sabía que el pozo era lo bastante profundo como para que nadie pudiese salir de allí. Pedro se volvió y vio que su hermana lo miraba seria y decía algo que no oyó hasta que estuvo cerca de ella:

- Estúpido, estúpido, estúpido... tu padre no nos mató, nos quería mucho ... lo has matado ... era todo una broma, estúpido niño.

Pedro no soltó ni una sola lágrima. Sólo abrió la boca sin decir nada. A continuación echó a correr hacia el pozo y se tiró por el mismo sitio por el que había caído antes su padre.

- ĦEstos humanos son tan fáciles de engañar! No tiene ningún mérito el engaño: se nota que sus antepasados fueron monos peludos -dijo un caballero con un traje negro que había aparecido súbitamente donde un segundo antes estaba la niña. Luego, escupió en el suelo cerca de su zapato negro reluciente y se marchó rápidamente por el camino en dirección a la ciudad.

Quedó desierto el lugar... solamente se movían pequeñísimos remolinos de tierra empujados por la creciente brisa. Pero algo ocurrió en el pozo, en la apertura por la que cayeron padre e hijo: Una cabeza emergía de la oscuridad. Los ojos muy abiertos de Pedro observaron con atención. "No hay nadie, ya se fue" pensó y saliió a la superficie. Poco después subió su padre, con los ojos enrojecidos y húmedos.

- Papá, no llores: la red ha aguantado el peso de los dos -y abrazó a su padre-. Ya sé que tú no crees ni en Dios ni en los demonios. Gracias a ti me he librado de él. Se les puede engañar. Ojalá no aparezca nunca más.

- Ya no volverá, hijo -respondió mientras lloraba y mojaba con sus lágrimas la camisa de Pedro.