15- EL GALLO, SIMÓN. Por Fernando Escudero, paciente de Ataxia de Friedreich, de Ecuador.

Thomás es un niño pequeño de tres años de edad, tez blanca, cabello castaño claro, sus ojos son como dos canicas azuladas, su nariz es como una sutil gota de rocío, tiene una boca firmemente delineada y siempre lleva una cándida sonrisa. La personalidad de Thomás es firme, cuando empieza algo siempre lo termina. Su pureza e inocencia son propias de la tierna edad que tiene. Además, manifiesta una gran inquietud, vigor, energía y suspicacia.

Unos amigos de Miguel y de Blanca, padres de Thomás, les habían invitado por un fin de semana a la Quinta Los Rosales. Los propietarios, el matrimonio Mejía -compuesto por Manuel y Mariana- tenían con ellos una gran amistad iniciada en la escuela y que se incrementó y consolidó con el paso del tiempo.

La familia Mejía dio una cálida bienvenida a los visitantes. Mientras tanto, Thomás se hizo enseguida amigo de Nicodemo, un lindo, grande y fuerte perro pastor alemán de Manuel. Ambos se convirtieron en amigos inseparables durante el fin de semana, en travesuras, juegos, comidas, e incluso hasta a la hora de dormir.

Cerca del medio día, Blanca dejó a Thomás bajo el cuidado de Miguel, pero bastó que dejara de ver al niño unos segundos para que desapareciera. Miguel y Manuel se pusieron a buscarlo y, para su sorpresa, Thomás venía de la mano de Blanca, y ambos traían lodo hasta las orejas. La explicación provino del infante: quería limpiar el lodo de la trompa de los chanchos, pues, iban a comer. Miguel, mientras dibujaba una pícara sonrisa, comentó que Blanca le habría ayudado, luego llevó a su esposa y a su hijo a tomar un baño.

La charla de sobremesa, después del almuerzo, estuvo amena; recuerdos y anécdotas regocijaron a todos menos a Thomás, quien salió de la casa con Nicodemo, seguidos por Miguel, Manuel, Blanca y Mariana, en un gran despliegue de vigilancia. El niño correteaba al perro y éste se dejaba atrapar, después ocurría todo al revés, hasta que una gallina pasó cacareando entre los dos. El caminar del ave era prosudo y ceremonioso, llamó la atención de ambos y comenzaron a corretearla. Miguel tuvo que intervenir para ayudar a escapar a la víctima de la persecución.

Aquella noche, Thomás soñó que estaba sentado en una banca en compañía de tres cachorros, una vaca y Nicodemo. Se presentó un gallo y sobre una tarima, como si fuese un escenario, cantó de manera clara y melodiosa, pero su voz de repente cesó. El gallo llamó a Thomás con su ala y le mostró bajo ésta un compartimento con dos pilas. El niño comprendió que se las debía cambiar por unas nuevas. Después oyó un ruido, regresó a ver y despertó. El ruido que despertó a Thomás fue precisamente el canto de otro gallo y al igual que el anterior, el ave también enmudeció. El niño ya sabía cuál era el problema y salió de la casa, dispuesto a repararlo, en compañía de Nicodemo y con una linterna portátil de su padre.

Blanca se levantó para ir al baño, pero al descubrir la cama vacía de su hijo, despertó a su esposo y en pocos segundos todos estaban buscando a Thomás. A Miguel se le ocurrió seguir los ladridos del perro para encontrar a su hijo. Hallaron al niño sentado en el suelo y bajo sus piernas estaba el pobre gallo con un calcetín cubriéndole la cabeza y otro atando sus patas. Thomás estaba buscando con minuciosidad el compartimento de las pilas bajo las alas.

Miguel hizo comprender a su hijo que era cruel la forma en la que tenía sometido al gallo. Mientras lo desataba, escuchó a Thomás relatar su sueño con el gallo Simón y lo que pretendía hacer. Una vez liberada el ave, Miguel le explicó a su hijo que el gallo Simón, Nicodemo el perro, y todos los animales son seres vivos, al igual que las personas, todos hemos recibido de Dios el regalo de la vida.

Regresaron a la casa, y aquel suceso complementó el fin de semana con una profunda reflexión para todos.