Miles de tetrapléjicos peregrinan a Pekín en pos de un cuento chino. Por Daniel Mediavilla. Copiado de "ABC.es", (25/10/06).

Sandra Méndez tiene 15 años y sufre ataxia de Friedreich, una enfermedad que daña progresivamente el sistema nervioso. Quince o veinte años después de aparecer los primeros síntomas -durante la infancia-, el afectado queda condenado en una silla de ruedas; en las etapas posteriores la incapacitación es total. Como muchas otras enfermedades degenerativas del sistema nervioso, no tiene cura.

El año pasado, una amiga de la familia les habló de un doctor chino que había conocido por internet. Realizaba una operación poco ortodoxa, inyectando células previamente extraídas de los bulbos olfativos de fetos abortados tras cuatro meses de gestación, pero los testimonios que hablaban de mejoras inverosímiles eran numerosos. «Aprovechamos que íbamos de turismo a China y mientras estábamos allí visitamos el hospital -contó Sandra a ABC-. Yo era la primera persona en todo el mundo con mi enfermedad en operarme allí. El doctor me dijo que no sabía los resultados exactos, pero que si lo quería intentar podían hacerlo».

Más de 600 pacientes:
El neurocirujano del que habla Sandra es Huang Hongyun. Durante los últimos cinco años ha operado a más de 600 pacientes -30 de ellos españoles- y muchos más esperan durante años para poder pasar por el quirófano del Hospital Xinshan de Pekín, donde trabaja. La práctica de su tratamiento depende de la dolencia del paciente. A quienes han sufrido lesiones medulares, les realiza varios cortes en la espalda para después inyectar por encima y por debajo de la lesión medio millón de células de glía envolvente olfativa, obtenidas de fetos abortados. Para los afectados por Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) el método es más directo. Huang practica dos orificios en el cráneo para después aplicar la inyección, con dos millones de células en este caso, sobre el área atrofiada del lóbulo frontal que está en el origen de la enfermedad.

Poco después de la operación, los pacientes dicen que comienzan a experimentar mejorías casi imperceptibles, pero que para ellos suponen un salto cualitativo. «Imagina volver a sentir los pies después de cuatro años, cuando todo indicaba que nunca más volverías a saber si te aprieta el zapato o no», explica Bruno Merlo, un joven que sufrió una lesión medular en 2001 y que hace poco más de año y medio se convirtió en uno de los primeros españoles operados por Huang.

Escuchando a muchos de los que han acudido a Pekín parece difícil sustraerse al impulso de creer que algo tan bueno sea posible. Pero la comunidad científica occidental occidental -ABC no fue capaz de encontrar a alguno que recomendase la operación- vuelve a ponernos con los pies en la tierra.

El modelo a seguir:
Almudena Ramón Cueto es una investigadora del CSIC con prestigio internacional, precisamente por sus experimentos relacionados con las capacidades neuroregenerativas de la glía olfativa. En 2000 publicó un artículo en la revista científica «Neuron», en el que describía cómo después de inyectar estas células sobre las lesiones medulares de ratas de laboratorio, muchas recuperaban algunas de las funciones motoras perdidas. El impacto fue grande y Huang decidió comenzar a aplicar el modelo empleado por Ramón Cueto en humanos.

La investigadora española ha mostrado su rechazo total a las terapias desarrolladas por el médico chino. «En primer lugar, no trasplanta glía olfativa del paciente, emplea células de embriones, con las que no se ha experimentado aún en animales. No hace lo mismo que hicimos nosotros, y se está aprovechando del prestigio de aquellos resultados. Está experimentando directamente con personas que están desesperadas y se agarran a lo que sea».

No sabe cómo funciona:
Huang ha reconocido que no sabe cómo funciona exactamente su método y se ha negado a realizar cualquier tipo de ensayo clínico para medir la verdadera eficacia de sus experimentos. Numerosos científicos consultados consideran estas evasivas propias de un charlatán.

Ramón Cueto explica que muchos pacientes que se recuperan, podrían haberlo hecho sin el tratamiento. «En ocasiones se dan recuperaciones espontáneas. Además, esos pequeños cambios se pueden deber a la misma manipulación del tejido que se produce durante la operación».

En 2003, un grupo internacional de científicos estudió a siete pacientes antes y después de la intervención. No pudieron constatar mejoras en ninguno de ellos, aunque tanto los propios pacientes como los familiares se mostraban satisfechos y apreciaban cambios que los autores del estudio no pudieron comprobar. La fuerte apuesta económica (16.750 euros) y la frustración ante las cautelosas regulaciones de los países occidentales, que impiden las terapias experimentales sin comprobar, «pueden favorecer la sensación de satisfacción del paciente... independientemente del resultado», dice el informe.

Sandra fue operada, y considera que mejoró, sin embargo, dice que no recomendaría este tratamiento. «Debe sonar raro ya que me contradigo, pero mejoré gracias a mi fuerza de voluntad. Además de ser una mejoría temporal, el tratamiento es muy duro y me costó mucho tiempo recuperarme psicológica y físicamente». Su madre, Montse, ofrece una de las claves del negocio de Huang: «Cuando uno tiene una hija así, se agarra a un clavo ardiendo». Mientras tanto, el doctor Huang continúa vendiendo su cuento chino.